El bote del timo

La oferta era tentadora, contemplar fiordos, visitar glaciares que llegan al mar, avistar fauna y disfrutar de una navegación por una región todavía prácticamente virgen. La realidad nos ha llevado a vivir un tránsito pesado en el que no era posible salir a cubierta por el frío, la lluvia y el viento y en el que tan solo se realizó una única visita a un glaciar. Supongo que en ese momento debimos dar pena a alguien importante puesto que durante la media hora que estuvimos frente al mismo, cesó la lluvia, se apartaron las nuves, apareció el sol y por arte casi divino surgió un arco iris sobre el glaciar. La gente dentro de sus 200 capas de abrigo y con sus entumecidos y prestos dedos sobre las cámaras, no sabía si hacer fotos o practicar la genuflexión a modo de agradecimiento. Eso sí, todo privilegio tiene su coste, el día siguiente entrábamos ligeramente en mar abierto y ahí el movimiento del barco hizo selección natural elminando al 90% del pasaje durante 18 horas. Aquel día la cena la tomaron apenas veinte pasajeros.
Las amenizaciones tampoco estuvieron a la altura de lo prometido. Consistentes en un pertinaz pase de películas norteamericanas de corte ligero y reportajes sobre la patagonia chilena con más de veinte años de antigüedad, consiguieron elevar la somnolencia y delirio del pasaje hasta hacer que este considerase como sensata la posibilidad de asomarse al temporal que arreciaba en el exterior. Era curioso presenciar las recomendaciones de la ameniza-moza para controlar el consumo de alcohol ( realmente la mejor manera de pasar el tiempo ) justo antes de anunciar la happy hour de Pisco Sour ( bebida alcóholica por antonomasia de Chile ).
Dos días después, el vaivén del bote, el bote del timo, todavía nos obliga a agarramos por la calle cual borrachos amorosos mientras buscamos el camino al hospedaje donde cobijarnos en la cama pasto de sueños de frío sudor al recordar el tedio y el dinero invertidos en la travesía.