El bote del timo
Tenía que ser el bote del amorrrrrrrr ... pero en realidad fue el bote del timo. Un gran engaño, si señor. Por la módica cantidad de 420 US$ hemos podido navegar durante tres días y medio en una cabina para cuatro personas por los llamados Canales Patagónicos, única vía no aérea para visitar esa zona y desplazarse desde el área más austral de chile hasta la región de los lagos más al norte.
La oferta era tentadora, contemplar fiordos, visitar glaciares que llegan al mar, avistar fauna y disfrutar de una navegación por una región todavía prácticamente virgen. La realidad nos ha llevado a vivir un tránsito pesado en el que no era posible salir a cubierta por el frío, la lluvia y el viento y en el que tan solo se realizó una única visita a un glaciar. Supongo que en ese momento debimos dar pena a alguien importante puesto que durante la media hora que estuvimos frente al mismo, cesó la lluvia, se apartaron las nuves, apareció el sol y por arte casi divino surgió un arco iris sobre el glaciar. La gente dentro de sus 200 capas de abrigo y con sus entumecidos y prestos dedos sobre las cámaras, no sabía si hacer fotos o practicar la genuflexión a modo de agradecimiento. Eso sí, todo privilegio tiene su coste, el día siguiente entrábamos ligeramente en mar abierto y ahí el movimiento del barco hizo selección natural elminando al 90% del pasaje durante 18 horas. Aquel día la cena la tomaron apenas veinte pasajeros.
Las amenizaciones tampoco estuvieron a la altura de lo prometido. Consistentes en un pertinaz pase de películas norteamericanas de corte ligero y reportajes sobre la patagonia chilena con más de veinte años de antigüedad, consiguieron elevar la somnolencia y delirio del pasaje hasta hacer que este considerase como sensata la posibilidad de asomarse al temporal que arreciaba en el exterior. Era curioso presenciar las recomendaciones de la ameniza-moza para controlar el consumo de alcohol ( realmente la mejor manera de pasar el tiempo ) justo antes de anunciar la happy hour de Pisco Sour ( bebida alcóholica por antonomasia de Chile ).
Dos días después, el vaivén del bote, el bote del timo, todavía nos obliga a agarramos por la calle cual borrachos amorosos mientras buscamos el camino al hospedaje donde cobijarnos en la cama pasto de sueños de frío sudor al recordar el tedio y el dinero invertidos en la travesía.
La oferta era tentadora, contemplar fiordos, visitar glaciares que llegan al mar, avistar fauna y disfrutar de una navegación por una región todavía prácticamente virgen. La realidad nos ha llevado a vivir un tránsito pesado en el que no era posible salir a cubierta por el frío, la lluvia y el viento y en el que tan solo se realizó una única visita a un glaciar. Supongo que en ese momento debimos dar pena a alguien importante puesto que durante la media hora que estuvimos frente al mismo, cesó la lluvia, se apartaron las nuves, apareció el sol y por arte casi divino surgió un arco iris sobre el glaciar. La gente dentro de sus 200 capas de abrigo y con sus entumecidos y prestos dedos sobre las cámaras, no sabía si hacer fotos o practicar la genuflexión a modo de agradecimiento. Eso sí, todo privilegio tiene su coste, el día siguiente entrábamos ligeramente en mar abierto y ahí el movimiento del barco hizo selección natural elminando al 90% del pasaje durante 18 horas. Aquel día la cena la tomaron apenas veinte pasajeros.
Las amenizaciones tampoco estuvieron a la altura de lo prometido. Consistentes en un pertinaz pase de películas norteamericanas de corte ligero y reportajes sobre la patagonia chilena con más de veinte años de antigüedad, consiguieron elevar la somnolencia y delirio del pasaje hasta hacer que este considerase como sensata la posibilidad de asomarse al temporal que arreciaba en el exterior. Era curioso presenciar las recomendaciones de la ameniza-moza para controlar el consumo de alcohol ( realmente la mejor manera de pasar el tiempo ) justo antes de anunciar la happy hour de Pisco Sour ( bebida alcóholica por antonomasia de Chile ).
Dos días después, el vaivén del bote, el bote del timo, todavía nos obliga a agarramos por la calle cual borrachos amorosos mientras buscamos el camino al hospedaje donde cobijarnos en la cama pasto de sueños de frío sudor al recordar el tedio y el dinero invertidos en la travesía.