Diario de A Bordo

... El viento es un caballo: óyelo como corre por el mar, por el cielo. Quiere llevarme: escucha como recorre el mundo para llevarme lejos.

Deja que el viento corra, coronado de espuma, que me llame y me busque galopando en la sombra, mientras yo, sumergido bajo tus grandes ojos, por esta noche sola, descansaré ... [Pablo Neruda]

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11 junio 2006

Taxistas, silicona y unos cuantos mentirosos

De nuestro paso por Lima recordaremos más allá del puro desierto en el que esta se encuentra situada, el anecdotario que generó nuestra relación con los taxistas de la ciudad.
Llegados al aeropuerto de la capital peruana, tomamos un taxi oficial, nombre que reciben aquellos vehículos que aseguran entrega en lugar sin daños colaterales a sus ocupantes. Pagas más pero el servicio está garantizado. En estas condiciones, resultó curioso que el precio de este servicio fijado de antemano, oficial y independiente del lugar de destino en la ciudad, creciera de manera sorpresiva una vez finalizado el mismo. La alegación del taxista fue contundente, el tráfico era pesado y habíamos ido más lejos del precio pactado. ¿ Quien puede discutir tan contundentes argumentos ?.
Tras Lima visitamos la reserva nacional de Paracas donde millones de pájaros se han tomado unas islas cercanas a la costa como lugar de residencia y campo de cagada deportiva sobre turista. De regreso de nuevo a Lima, esta vez nos tocó el modelo de taxista pluriempleado de hostelería y duro de oído. Nos llevó a ver dos hoteles que no habíamos pedido antes de acercarnos al nuestro. En uno de ellos, ante la cara de estupefacción del propietario - y curiosos ojos sanguinolentos -, el precio de la habitación lo fijó él.
Como que no podemos estarnos quietos, de Lima nos fuimos al norte a visitar la Cordillera Blanca donde supuestamente se encuentra la montaña más bonita del mundo, el Alpamayo. Verla no la vimos, pero sí nos dimos cuenta que a estas alturas del viaje no estamos para hacer trekkings a más de 4000 metros de altura, con lo cual nos dedicamos a descansar y pasear - con su mérito ya que el lugar tampoco da mucho de si -. De regreso a Lima, - sí, sí, otra vez - tuvimos sorpresivamente una relación normal con un taxista - al acabar la carrera nos pellizcamos repetidamente los brazos para dar fé que lo vivido era real -. Para confirmar que una flor no hace abril - o como se diga - el día que partíamos hacia Venezuela, el taxista de turno hizo una gran demostración de marrulleria al volante. El taxi parecía el coche fantástico; de color negro y provisto de sirena de policia, más de diez ambientadores purulentos, detector de radares, cambio con calabera y caspa a raudales en los asientos, era todo un lujazo para una despistada pareja de turistas.

De nuestra llegada a Caracas, en cambio, cabe destacar ciertos efectos paranormales que tuvieron lugar alrededor nuestro y de los que fuimos claras víctimas. Desde el empleado oficial del aeropuerto que no puedes sacarte de encima ni con aguarrás pasando por el taxista amiguete que se te ensambla para llevarte a la ciudad a casi el doble del precio normal hasta la interesante oficina de turismo bien servida de tetas y con intereses conyugales - después de convencernos que lo mejor era un taxi oficial que ellas podían conseguir, acabamos yendo con el marido de una de ellas que a la postre nos cobró una fortuna por el transporte -.

En Caracas, alojados en uno de los barrios pijos fuimos testigos de todo un recital de escotes, silicona a raudales y cirugía estética que nos dejó aturdidos. Cabe notar, no obstante, que en realidad, lo más sorprendente fue contemplar la parsimonia y dignidad con la que los machos venezolanos soportan el suplicio que supone pasear acompañados y en medio de todo un mundo de canalillos infinitos.