Isla de Pascua
En mitad de la inmensidad del océano Pacífico existe una pequeña isla tropical casi sin bosques, tapizada de colores ocres y con un corazón rocoso y negro. Situada a 2000 kilómetros del lugar poblado más cercano y a 4000 de la costa continental de Sudamérica, se encuentra permanentemente batida por las olas y corrientes de un océano tan grande como inclemente con ella.
La isla no es gran cosa, erigida por tres volcanes y sus sucesivas erupciones, apenas hace veinte kilómetros de largo. En una pequeña ascensión a uno de estos volcanes, uno puede abarcarla completamente.
Isla de Pascua o Rapa Nui, su nombre en la lengua de la población nativa, forma parte del archipiélago polinesio y comparte con las islas que lo conforman, parte de las características descritas. Pero Rapa Nui es especial por el legado de sus habitantes. Llegados éstos de otra isla de la polinesia utilizando unos medios que ahora nos parecerían suicidas, navegaron cientos de kilómetros orientados solo por las estrellas y las corrientes marinas hasta las costas de la isla. Allí se establecieron dando origen a dos pueblos, el de los ricos y que ostentaban el poder y el de los pobres, trabajadores y al servicio de los primeros. Cada uno de estos pueblos se articulaba alrededor de unidades familiares lideradas por el miembro de mayor edad y por tanto de mayor sabiduría también. En honor a estos líderes, tras su muerte y para recordarlos y honrarlos, las familias erigían estatuas con su apariencia. Estas estatuas antropomorfas siempre se orientaban mirando hacia la comunidad que las había erigido, proporcionándoles protección y buena suerte. Estas estatuas se llaman Moais.
Los Moais eran costosos de construir, requerían pericia para tallarlos y recursos naturales como madera en abundancia para transportarlos al lugar donde iban a ser erigidos. En un momento determinado de la historia, fue tal el número de estas estructuras levantado y en proceso de construcción que los recursos que la isla podía proporcionar empezaron a escasear. Llegado ese momento, se inició un enfrentamiento entre los diferentes clanes que desembocó en el derrumbamiento de todos los Moais erigidos hasta aquel momento y en la consiguiente paralización de la construcción del resto.
Cuando allá por el siglo XVIII las primeras personas del mundo occidental llegaron allí, ya no quedaba ninguno en pie y muchos de ellos habían sido destruidos.
Actualmente, cualquier visitante de la isla puede ser testigo de lo que allí ocurrió. Los Moais que no fueron destruidos han sido de nuevo erguidos en sus lugares originales y en uno de los volcanes se pueden todavía ver multitud de ellos en diferentes estados de construcción.
Parece que la historia de la humanidad se repite de manera persistente en cualquier parte del planeta y con independencia de las culturas que la protagonizan. Incluso en una pequeña isla aislada en mitad de la nada.
La isla no es gran cosa, erigida por tres volcanes y sus sucesivas erupciones, apenas hace veinte kilómetros de largo. En una pequeña ascensión a uno de estos volcanes, uno puede abarcarla completamente.
Isla de Pascua o Rapa Nui, su nombre en la lengua de la población nativa, forma parte del archipiélago polinesio y comparte con las islas que lo conforman, parte de las características descritas. Pero Rapa Nui es especial por el legado de sus habitantes. Llegados éstos de otra isla de la polinesia utilizando unos medios que ahora nos parecerían suicidas, navegaron cientos de kilómetros orientados solo por las estrellas y las corrientes marinas hasta las costas de la isla. Allí se establecieron dando origen a dos pueblos, el de los ricos y que ostentaban el poder y el de los pobres, trabajadores y al servicio de los primeros. Cada uno de estos pueblos se articulaba alrededor de unidades familiares lideradas por el miembro de mayor edad y por tanto de mayor sabiduría también. En honor a estos líderes, tras su muerte y para recordarlos y honrarlos, las familias erigían estatuas con su apariencia. Estas estatuas antropomorfas siempre se orientaban mirando hacia la comunidad que las había erigido, proporcionándoles protección y buena suerte. Estas estatuas se llaman Moais.
Los Moais eran costosos de construir, requerían pericia para tallarlos y recursos naturales como madera en abundancia para transportarlos al lugar donde iban a ser erigidos. En un momento determinado de la historia, fue tal el número de estas estructuras levantado y en proceso de construcción que los recursos que la isla podía proporcionar empezaron a escasear. Llegado ese momento, se inició un enfrentamiento entre los diferentes clanes que desembocó en el derrumbamiento de todos los Moais erigidos hasta aquel momento y en la consiguiente paralización de la construcción del resto.
Cuando allá por el siglo XVIII las primeras personas del mundo occidental llegaron allí, ya no quedaba ninguno en pie y muchos de ellos habían sido destruidos.
Actualmente, cualquier visitante de la isla puede ser testigo de lo que allí ocurrió. Los Moais que no fueron destruidos han sido de nuevo erguidos en sus lugares originales y en uno de los volcanes se pueden todavía ver multitud de ellos en diferentes estados de construcción.
Parece que la historia de la humanidad se repite de manera persistente en cualquier parte del planeta y con independencia de las culturas que la protagonizan. Incluso en una pequeña isla aislada en mitad de la nada.